Este visionado de THE EXORCIST sobrevive a la mitología creada, ya no tan solo por décadas de conversación alrededor de su filmación y su pervivencia como verdadero producto de terror, sino también de todas aquellas películas que sirven como reiteraciones de su misma estructura y temática.Friedkin le dedica un espacio considerable a la formulación de un ambiente familiar empático al plantear a una madre que adora a su hija —y viceversa—, que se han blindado a sí mismas ante un contexto de padre ausente que es incapaz de acordarse del cumpleaños de su propia hija. El enlace personajes-espectador, por lo menos en mi caso, ha resultado francamente satisfactorio, situación propiciada sobre todo por un planteamiento creíble. Hay películas que se esfuerzan sobremanera para crear esa conexión que traspase la cuarta pared, pero, irónicamente, lo que acaban consiguiendo es la creación de una burbuja sintética alrededor del hecho en sí que impide que la relación se desarrolle de forma positiva. Aquí, por suerte, no sucede eso. Tanto Ellen Burstyn como Linda Blair en sus papeles de madre e hija, respectivamente, están estupendas y llevan su interpretación, por lo menos en este aspecto, con una naturalidad encomiable.
THE EXORCIST es producto de su tiempo, y esto se nota con algunas expresiones tonales que, si bien son justificables dentro del sufrimiento que el personaje —en este caso, el interpretado por Burstyn— siente en un contexto tan extraordinario como el que propone la película, parece responder más a la tendencia histérica e hiperbólica de una época dominada por unos usos emocionales que tiraban más a la exageración que a su representación pulida e higiénica. Sin embargo, la historia ha resultado favorable en este aspecto a la película, en tanto que THE EXORCIST podría llegar a entenderse perfectamente como una prefiguración del satanic panic que lleva generando ansiedades y paranoias en la comunidad estadounidense desde los 80 y que todavía hoy sigue dando coletazos en algunos sectores de la población. Al fin y al cabo, hasta la fecha del estreno de THE EXORCIST, la representación del diablo ha resultado relativamente formulaica, no llegando a salir nunca del todo de la ecuación planteada por el HÄXAN de Christensen o el FAUST de Murnau. Son formulaciones del diablo teatrales y, sobre todo, materializadas en esa figura oscura, con cuernos y alas, haciendo hincapié en su condición de ángel caído. Siempre ha habido algo trágico en Lucifer como personaje bíblico: desterrado del paraíso, forzado a habitar las tinieblas del inframundo cristiano. THE EXORCIST rompe con esta dinámica del diablo como una figura materializable a través de una forma prototípica y, nutriéndose de una imagen que mucho debe al imperativo estético expresionista —por lo menos, así aparece en aquellos breves instantes en los que se deja ver de forma fragmentaria—, lo satánico aparece más como entelequia activa de pulsiones malignas, como una especie de virus que puede transmitirse a través del aire e infectar a quien se ponga por delante. Y aunque la representación física resulte aterradora por el mero hecho de cogernos y ponernos delante la mismísima materialización del mal, la idea de no poder verlo y que, aun así, nos afecte resulta muchísimo más peligrosa y mucho más susceptible de inducir estados alterados de conciencia.
Hay algunos elementos cualitativos que me han resultado francamente interesantes. Uno de ellos es cómo los gritos de la señora McNeil traspasan los límites de la escena en la que se producen para pervivir en la siguiente, llevando su agonía a una escala cósmica que transgrede las leyes de la física —aquí quizá representadas por las técnicas de estructuración y edición fílmicas— al estirarse de forma indefinida en el espacio-tiempo. En este sentido, creo que THE EXORCIST, más allá del cómo ha envejecido o si el terror que plantea todavía resulta efectivo hoy en día, resulta un éxito rotundo en lo que a atmósfera se refiere. Ya no es solo ese eco agónico del grito, sino la construcción del espacio en la habitación de Regan, que parece casi como si el padre Karras y el padre Merrin estuvieran entrando en una dimensión paralela, mucho más propia del Carpenter de THE THING que de cualquier otro lugar planteado en la película anteriormente. O esa conjuración predatoria de sombras que se cierne sobre los protagonistas, lugar predilecto en el que habitan los entes demoníacos y desde el que trazan sus planes diabólicos. Creo que en el cine de terror, un porcentaje muy elevado de su efectividad radica en la configuración de una atmósfera que ayude al espectador a inducirse en un estado de tensión, ansiedad e inseguridad. Repito que esta película lo consigue con creces.
(Sigue en zona spoiler por falta de espacio)
spoiler:
Todos los personajes me parecen francamente estupendos. Desde la inocencia pervertida de Regan hasta la maternidad ofendida y alerta de la señora McNeil, pasando por ese temor sacrosanto del padre Merrin ante cualquier representación del diablo. O incluso ese teniente interpretado por Lee J. Cobb, sin duda una de las armas secretas del cine estadounidense durante las primeras décadas de la segunda mitad del siglo XX. Sin embargo, el padre Karras es quien se lleva la palma, para mí. Se formula como elemento híbrido de lo conservador y progresista, en tanto que es un sacerdote —irracional— con formación en psiquiatría —racional— que es consciente de lo retrógrado de su fe, pero que sigue abrazándola por una cuestión de puro escepticismo. Este dualismo se manifiesta de forma feliz en su acercamiento a la idea de la posesión y su correspondiente exorcismo, pues es fundamentalmente científica. Karras plantea su praxis como sacerdote a través del ensayo y error —basta ver lo que hace con el agua "bendita"—, metodología predilecta para construir la tendencia discursiva de la tríada tesis-antítesis-síntesis. Y es, simultáneamente y con perdón de Regan, el personaje que más afectado se siente por la situación al construirse su personalidad dentro de la esfera de la pérdida y el duelo. Nos da, quizá, uno de los finales de personaje más memorables de la historia del cine.Quizá uno pueda acusar a THE EXORCIST de anti-científica por someter la racionalidad psiquiátrica del padre Karras al yugo irracional de lo religioso-espiritual. También, desde otro frente, se puede acusar a la película de ser totalmente blasfema en su representación del diablo y del exorcismo. Precisamente por eso, creo yo, que THE EXORCIST es un producto tan fundamental, ya no solo para la historia del cine, sino también para la de las ideas. No contenta a ninguno de los bandos, resultando en una película de evidente controversia que polemiza y problematiza muchos supuestos, tanto religiosos como cientificistas, de la época. Sea como fuere, THE EXORCIST es brutal, icónica, en ocasiones salvaje y, por qué no, graciosa. Ver al diablo, a través del cuerpo infantil de Regan, decirle al padre Karras que se folle al padre Merrin o imperarle a este último que se metiera su propia polla por el culo, aunque en el contexto de la película pueda verse desde una luz algo aterradora, se me ha hecho graciosísimo. La película, en muchos de sus aspectos, está tocada por la mano de la genialidad.
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